Hasta la fecha me conmueven las imágenes que quedaron grabadas en mi memoria hace veinte años. A pesar de la nueva era que se avisoraba en esa época, aún así resultaba difícil creer que realmente éramos testigos del final de ese muro de la infamia. Algo que me impresionó muchísimo fue la espontaneidad con la que todo sucedió. Era increible ver cómo, más allá de la complicidad pasiva de un régimen totalitario, todo fue producto de las acciones de ciudadanos que finalmente tomaron la determinación de ser libres, a quienes se les sumaban cada vez más y más, de ambos lados. Y para quienes se nos llenaban de lágrimas los ojos, lo único más que hubieramos deseado en ese momento era haber podido estar allí.
A partir de entonces imaginé que allí había terminado el siglo XX, el que convirtió a millones de seres humanos alrededor del mundo en víctimas del más trágico experimento que ha conocido la humanidad producto de su propio designio, el Comunismo. Ya solo la Cuba aislada por un muro acuático quedaría como símbolo de ese maldito régimen que anula al ser humano y lo transforma en un mero objeto propiedad del tirano en nombre del Estado, ¿pero por cuánto?
El 9 de noviembre de 1989 nos llenó de optimismo. Sin embargo, hoy advierto qué rápido hemos olvidado las lecciones del siglo pasado. La América Latina, particularmente, pareciera desconocer la historia y por lo tanto estar destinada a repetirla. No lo digo solo por los países infectados del socialismo del siglo XXI, cada vez más cerca del totalitarismo. Lo digo también por los muchos simpatizantes de ideas retrógradas que rehúsan reconocer la evidencia histórica y encontrar la razón, y continúan en la militancia de sus dogmas ideológicos, aún en pleno siglo XXI.
¿Hay esperanza para la Libertad?
Titulo el presente artículo de esta forma en homenaje al pueblo Alemán, al cual le tengo un enorme aprecio y al cual felicito en el aniversario de esta dichosa fecha histórica.
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