Luego de su incomprensible y
surrealista odisea para llegar a rendir su declaración ante un tribunal anónimo
y desconocido, por un encausamiento que le fue mantenido en secreto, la tarde
del domingo que Joseph K ineludiblemente concurrió a su audiencia, se pronunció
de esta manera: “No hay ninguna duda que detrás de las manifestaciones de este
tribunal, en mi caso, pues, detrás de la detención y del interrogatorio de hoy,
se encuentra una gran organización. Una organización que, no solo da empleo a
vigilantes corruptos, a necios supervisores y a jueces de instrucción, quienes,
en el mejor de los casos, solo muestran una modesta capacidad, sino a una
judicatura de rango supremo con su numeroso séquito de ordenanzas,
escribientes, gendarmes y otros ayudantes, si, es posible que incluso emplee a
verdugos, no tengo miedo de pronunciar la palabra. Y, ¿cuál es el sentido de
esta organización, señores? Se dedica a detener a personas inocentes y a incoar
procedimientos absurdos sin alcanzar en la mayoría de los casos, como el mío,
un resultado. ¿Cómo se puede evitar, dado lo absurdo de todo el procedimiento,
la corrupción general del cuerpo de funcionarios? Es imposible, ni siquiera el
juez del más elevado escalafón lo podría evitar con su propia persona.” Apuntó
K, como evidenció el narrador que “Todos pertenecían a la misma organización,
tanto el supuesto partido de la izquierda como el de la derecha, y cuando se
volvió súbitamente, descubrió los mismos distintivos en el cuello del juez
instructor, que, con las manos sobre el vientre, lo contemplaba todo con
tranquilidad.” Inmediatamente K les recriminó: “Todos vosotros sois
funcionarios, como ya veo, vosotros sois la banda corrupta contra la que he
hablado, hoy os habéis apretado aquí como oyentes y fisgones, habéis formado
partidos ilusorios y uno ha aplaudido para ponerme a prueba. Queríais poner en
práctica vuestras mañas para embaucar a inocentes. Bien, no habéis venido en
balde. Al menos os habréis divertido con alguien que esperaba una defensa de su
inocencia por vuestra parte.” En la víspera de su cumpleaños 31, dos hombres se
presentaron para detener a K, quien voluntariamente los condujo hacia su
desenlace. Relata el narrador que “Entonces uno de los hombres sacó de un
cinturón que rodeaba al chaleco un cuchillo de carnicero largo, afilado por
ambas partes; lo mantuvo en alto y comprobó el filo a la luz. De nuevo
comenzaron las repugnantes cortesías, uno entregaba el cuchillo al otro por
encima de la cabeza de K, y el último se lo devolvía al primero. K sabía que su
deber hubiera consistido en coger el cuchillo cuando pasaba de mano en mano
sobre su cabeza y clavárselo. Pero no lo hizo; en vez de eso, giró el cuello,
aún libre, y miró alrededor. No podía satisfacer todas las exigencias, quitarle
todo el trabajo a la organización; la responsabilidad por ese último error la
soportaba el que le había privado de las fuerzas necesarias para llevar a cabo
esa última acción. … La lógica es inalterable, pero no puede resistir a un
hombre que quiere vivir. ¿Dónde estaba el juez al que nunca había visto? ¿Dónde
estaba el tribunal supremo ante el que nunca había comparecido? Levantó las
manos y estiró todos los dedos. Pero las manos de uno de los hombres aferraban
ya su garganta, mientras que el otro le clavaba el cuchillo en el corazón,
retorciéndolo dos veces. Con ojos vidriosos aún pudo ver cómo, ante él, los dos
hombres, mejilla con mejilla, observaban la decisión. -¡Como a un perro!- dijo
él: era como si la vergüenza debiera sobrevivirle.”
Y sobre este trágico episodio,
escribió Saramago: “En El Proceso es el propio acusado Joseph K quien acabará
conduciendo a sus verdugos al lugar donde será asesinado y quien, en los
últimos instantes, cuando la sombra de la muerte se aproxima, todavía tendrá
tiempo para pensar, como un último remordimiento, que no había sabido
desempeñar su papel hasta el fin, que no había conseguido ahorrar trabajo a las
autoridades.”
Cualquiera que lea el drama miserable de K en la
novela inconclusa “El Proceso”, percibirá el más profundo sentimiento de
frustración derivado de un laberinto jurídico incomprensible, concebible
únicamente en el imaginario Kafkiano de circunstancias absurdas sobre las que
no puede existir explicación lógica de cómo se arribó a ellas. Después de todo,
como el mismo K sostiene, la ley debe ser accesible a todos y en todo momento.
No obstante, en los últimos años en Guatemala se ha venido tejiendo una
enredadera de artimañas legislativas, judiciales, políticas y jurídicas encaminadas
a construir un mundo surrealista al que le son cada vez más ajenos los
principios elementales del derecho, de la moral y de la decencia. Donde toda la
maquinaria de reformas legislativas, peculiarmente en el campo electoral, ha
sido puesta en marcha para aniquilar y desaparecer a rivales políticos, para
facilitarle el camino y virtualmente secuestrar el triunfo a favor de intereses
específicos. Todo ello con la complicidad, en colusión, o con el respaldo de
las Cortes tiránicas comprometidas ideológicamente, del Tribunal Supremo
Electoral, quien recientemente mostró sus inclinaciones totalitarias aunque
luego hubo de retractarse, de los grupos de presión de siempre y sus
financistas, y de una prensa sesgada y cegada. Así, “El Proceso” Electoral en Guatemala
hoy resulta ser una pesadilla distópica incomprensible para toda lógica
prudente de juridicidad, donde las reglas del juego han llegado ser
indescifrables, al grado que no es más que con la arbitrariedad antojadiza de
quienes ejercen el poder y las “aplican”, como se dispone quien ha de ser la
próxima víctima indefendible de esa organización invencible de quienes
pretenden abusar del poder a toda costa.